lunes, 7 de diciembre de 2009
La última víctima del Festina
Patrick Keil, el juez del caso de dopaje, ha acabado preso, indigente y al borde del suicidio
Once años después, Keil ha contado su descenso a los infiernos en un libro
Malditos bastardos. Todavía estoy vivo!». Al juez Patrick Keil le gusta repetir el grito que lanza el recluso Steve McQueen para cerrar la película 'Papillon'. La 'cárcel' de Keil empezó el 8 de julio de 1998, en un paso fronterizo entre Francia y Bélgica. Los agentes de aduanas descubrieron un arsenal de dopantes en el vehículo de Willy Voet, masajista del equipo ciclista Festina. Keil era juez de instrucción en Lille. Le tocó el caso. «Me lo tomé como un asunto más de estupefacientes», dice. Y no lo era. Sus superiores le recomendaron retrasar la investigación hasta que terminara el Tour. «No vaya contra Virenque», le aconsejaron. No escuchó. Tiró con la ley en la mano y metió en el calabozo a todo el Festina, buque insignia del ciclismo francés. «Aquello fue el principio de mi fin». Su vida comenzó a acumular escombros: divorcio, depresión, alcoholismo, tres meses en prisión, indigencia... «Estuve a dos dedos de tirarme al metro».
Pero sigue a flote, como McQueen al final de 'Papillon'. Acaba de contar el descenso de su biografía en un libro, 'Del tribunal a los barrotes'. Con 46 años, casi dos décadas de carrera en la magistratura y su fama de juez duro, Keil achaca todos sus males al 'caso Festina', el primer gran escándalo de dopaje en el ciclismo. Incluso, quiso indagar las ramificaciones en el fútbol. No le dejaron. El balompié era intocable en Francia: la selección gala acababa de proclamarse campeona del mundo. «Los que suministraban dopantes al ciclismo también lo hacían en el fútbol. Pero este aspecto no pudo ser investigado». Keil se centró en el ciclismo. «Piense en su carrera», le avisaron en la magistratura.
Diez años después, el 12 de agosto de 2008, la Policía le detuvo en su despacho del Palacio de Justicia de Montpellier. El juez implacable era acusado de «corrupción y violación del secreto profesional». El final del fin. A cambio de 8.000 euros había 'aconsejado' a un dentista amigo suyo en un proceso judicial. La ley, su arma habitual, le cayó encima. Había tirado por una ruta prohibida. Lo pagó con tres meses en la prisión de La Santé, en París. «Fue un trauma para mí». Se agarró a la escritura. Redactó su autobiografía.
Quería contar su deriva, el camino desde que decidió ser el primer juez en meter la nariz en los bidones de los ciclistas. Enseguida, en febrero de 1999, pidió el traslado a la isla de Reunión. Buscaba un oasis lejano tras un año de presión mediática. Unos días antes de iniciar ese viaje, le comunicaron que su destino iba a ser Carcasonne, en el sur de Francia. Le cortaron la huida y le encargaron la sección de divorcios. «Cada día veía pasar por mi despacho a gente que tenía los mismos problemas que yo», cuenta. Su vida flotaba ya en alcohol. «Me sentía mejor cuando bebía». Se quedó sin nadie. Sin amigos. Sin esposa, con sólo unas horas al mes para ver a sus tres hijos. La botella como compañía. «Encontré amistades en lugares a los que nunca debí ir».
«A dos velocidades»
De ahí al calabozo y a algo peor: la indigencia. Keil, que apenas mide 1,57 metros y pesa 45 kilos, acabó en la calle, en albergues para personas sin techo. «No me suicidé porque muchos se hubieran alegrado». En su libro, el ex juez carga contra la justicia francesa, «que va a dos velocidades». Asegura que hay trato de favor para los poderosos. Que hay intocables. Once años atrás, él encarceló a Virenque, Zulle, Brochard, Hervé y el resto del Festina. Retuvo en comisaría durante nueve horas a Hein Verbruggen, presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), y trató de procesar a Jean Marie Leblanc, director del Tour, por «cómplice». «Tenía que saber -argumentó- que los corredores se dopaban y no hizo nada». Aquel empeño ha acabado al borde del suicidio. «¡Malditos bastardos. Todavía estoy vivo!».
Fuente:
http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20091207/deportes/mas-deporte/ultima-victima-festina-20091207.html
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