viernes, 12 de junio de 2009
Valverde en el mítico Mont Ventoux. Dauphiné Libéré 2009
Valverde: una pérdida irreparable
Por FERNANDO LLAMAS
12 de junio de 2009.- La vida enseña rápido a no poner la mano en el fuego por nadie. Pero la hipercorreción, generalizada en estos tiempos, sitúa a muchos en el extremo opuesto, más injusto y dañino: se condena a todo quisque con sospechas, indicios y medias verdades. Con o sin la ley en la mano, qué más dará.
En ciclismo se ha llegado desde hace tiempo al paroxismo en la presunción de culpabilidad. En gran medida gracias a los ciclistas, también principales víctimas de esa corrupción del Derecho.
Seguramente que Alejandro Valverde tenga (gran) parte de culpa de que esté padeciendo un calvario, principalmente porque lo podía haber aclarado todo en su momento, para bien o para mal, en lugar de prolongar la agonía que tarde o temprano (parece que está escrito) va a confinarlo fuera de su profesión durante un buen par de años.
Sería (cojungo en condicional, porque me niego a aceptar lo que en realidad está determinado) una pérdida más para un ciclismo al que ya casi nada le queda. Porque Alejandro Valverde es el corredor más espectacular que podamos ver en una competición de bicicletas. Aunque no ganara jamás el Tour de Francia, un techo al que aspiraba este año con mayor determinación y seguridad que jamás. Un corredor tan bueno "tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace", como el torero desangrado en la arena en el verso elegiaco de Lorca.
Su delito es pertenecer a un mundo en el que todos y cada uno de sus miembros han engañado, estafado o mentido al menos una vez. Habitar un deporte en el que como otros muchos no se juega limpio y que no supo encontrar la dirección correcta tras el enorme 'shock' del 'caso Festina'. Al contrario, creó unas normas ridículas de condenación eterna de los corredores, mientras que aquellos que las imponían desde los despachos de Lausana y sus consejos directivos, por ejemplo Manolo Saiz, aconsejaban/obligaban a sus ciclistas a doparse a lo bestia.
Sin creer firmamente a nadie de este mundillo corrupto en el que el máximo dopador llegó a ser mandamás de la comisión médica de la UCI, creo que entre el 'caso Festina' y la 'operación Puerto' -¡entre 1998 y 2006!- hubo algún equipo que efectivamente tomó medidas para cortar con el pasado. Sospecho que uno de ellos fue el que fichó a Valverde en 2005.
Y aunque creo que colectivamente todos tuvieron que dar un paso en su momento para reconocer sus culpas y marcar un kilómetro cero, también hubo gente que se cambió su actitud y miró hacia un horizonte más limpio y creíble. Otros han continuado con lo suyo y ahí tenemos otro escándalo de dopaje sanguíneo en el corazón de Europa con la clínica Humanplasma de Viena, donde se calcaban los métodos que utilizaba en sus 'zulos' españoles el perseguido Eufemiano Fuentes.
De vuelta a la carretera, al reino de Valverde, su ascensión del jueves al Mont Ventoux es un monumento que debe asentarse en el disco duro de cualquier aficionado. El Dauphiné reeditó lo mejor de su historia en esos 9,5 kilómetros finales del murciano, que le convirtieron en líder de la etapa dos kilómetros más tarde de su arrancada (tras superar a la retahila de escapados, entre ellos Ivan Basso) y edificó el liderato provisional con la colaboración de Sylvester Szmyd, el mejor gregario de montaña del momento, que al no poder echarle una mano ni a Basso ni a Vincenzo Nibali, pactó con el murciano la victoria de etapa.
Desde siempre me ha repelido algo ese mercadeo congénito del ciclismo, el deporte que más se parece a la vida misma. Dejando de lado ese prejuicio, que Valverde esperara al polaco para que éste ganara (no paró por avería como pareció, dijo que sufrió un súbito ataque de náusea, el vértigo ente la victoria) fue un gesto de nobleza.
Lo que demuestra que los ciclistas profesionales, esos 'abyectos y demoniacos' deportistas, enseñan valores humanos mucho más altos que los de su hematocrito.
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